La Última Transmisión: Terror en el Túnel

 

La exploración urbana, o «urbex», se alimenta de la curiosidad por lo abandonado y lo prohibido. Es un impulso por desvelar los secretos que se ocultan bajo las capas del tiempo en fábricas olvidadas, hospitales en ruinas o, como en este caso, túneles que serpentean en la oscuridad bajo nuestros pies. Hoy, la tecnología nos permite enviar exploradores mecánicos a donde no nos atrevemos a ir. Pero a veces, lo que nos muestran es algo que nunca debimos haber buscado.

 

Un Eco en la Oscuridad

 

La historia comienza con una decisión impulsada por los rumores. Un lugar anónimo, una boca de túnel en las afueras, del que los locales decían escuchar sonidos extraños por la noche. Ruidos que no pertenecían a la fauna local ni al eco del viento. Armado únicamente con un dron equipado con una potente luz, el explorador se propuso documentar el misterio, manteniendo una distancia segura. El dron se convirtió en sus ojos y oídos, una extensión de su curiosidad descendiendo hacia lo desconocido.

 

El Aire Pesado

 

Los primeros metros del túnel fueron predecibles: estrechez, humedad goteando por las paredes y la oscuridad total rota solo por el haz de luz del dron. Sin embargo, la atmósfera pronto comenzó a cambiar. El aire se volvió más denso, cargado de un olor a moho y a algo más, algo orgánico y estancado. Las ratas, habitantes naturales de cualquier alcantarillado, huían despavoridas ante el avance del dron. No era el comportamiento normal de un animal asustado por una luz; era una estampida, como si escaparan de un depredador mucho mayor que se encontraba más adelante. La primera señal de que algo estaba profundamente mal.

 

El Encuentro

 

El punto de no retorno llegó sin aviso. El agua estancada en el suelo del túnel comenzó a agitarse violentamente, sin causa aparente. No eran las ondas provocadas por el aire de las hélices del dron, sino un movimiento profundo, como si algo masivo se hubiera movido justo debajo de la superficie. Simultáneamente, la transmisión de audio captó un sonido ahogado, un murmullo gutural que helaba la sangre.

Con el corazón en un puño, el operador guio el dron alrededor de una curva cerrada. El haz de luz barrió la oscuridad y se detuvo. Allí, al final del pasillo, dos puntos luminosos devolvían el reflejo. Pero no eran el reflejo de un objeto metálico o los ojos de un animal común. Eran dos globos oculares enormes, fijos, que brillaban con una luz propia y una inteligencia innegable. No había cuerpo visible, solo esos ojos fijos en el dron, observando.

 

Señal Perdida

 

El pánico se apoderó del explorador. Tiró del control para hacer retroceder al dron, para alejar sus ojos de esa visión imposible. Pero la señal empezó a fallar. La imagen en la pantalla parpadeó, llenándose de estática. En los últimos fotogramas coherentes, solo pudo ver una cosa: los ojos se lanzaron hacia adelante a una velocidad increíble, abalanzándose directamente sobre la cámara. Luego, la transmisión se cortó. Silencio.

La pantalla se quedó en negro. El dron nunca regresó. Su operador solo se quedó con la imagen final grabada en su retina: la de una criatura de la oscuridad lanzándose para reclamar su territorio.