El Silbón: La Sombra que Caza en los Llanos Venezolanos
En la inmensidad de los llanos venezolanos, donde el horizonte se funde con la tierra y el calor deforma el aire, las noches están pobladas de susurros y advertencias. Los abuelos, al calor del fuego, cuentan historias para que los jóvenes no olviden que hay sombras antiguas que caminan con ellos. Y de entre todas, ninguna es tan temida como la que se anuncia con un simple silbido, una melodía macabra que obedece a una regla aterradora: si lo oyes lejos, reza, porque ya lo tienes encima.
El Origen de la Maldición
La leyenda de El Silbón nace de un acto atroz, un parricidio que manchó la tierra para siempre. Se cuenta que un joven malcriado y caprichoso, en un arrebato de ira porque su padre no había conseguido el venado que le apetecía para cenar, lo asesinó a sangre fría. Al confesar su crimen, su abuelo, en un acto de justicia implacable, lo sometió a un castigo brutal. Lo ató a un poste, lo azotó sin piedad hasta que su espalda quedó en carne viva y frotó sus heridas con ají picante.
Como condena final, le entregó un saco con los huesos de su padre y lo maldijo a vagar por la llanura por toda la eternidad, perseguido por los perros del diablo. Desde entonces, es un alma en pena, una figura errante y esquelética que busca purgar su pecado.
El Cazador de la Noche
Quienes dicen haberlo visto lo describen como una figura anormalmente alta y delgada, que se mueve con la brisa entre los pastizales, siempre con su saco de huesos golpeándole la espalda. Pero su verdadera firma, su heraldo de la muerte, es el silbido. Una escala de notas musicales (do, re, mi, fa, sol, la, si) que sube y baja de tono. La sabiduría popular lo tiene claro: si el sonido es nítido y cercano, El Silbón está lejos y aún hay escapatoria. Pero si el silbido es débil y parece lejano, es la señal de que la criatura está respirando en tu nuca.
Su comportamiento es el de un vengador espectral. Se dice que se detiene en los umbrales de las casas en la madrugada para dejar su saco en el suelo y contar, uno por uno, los huesos que contiene. Si alguien en la casa lo escucha y no ocurre nada que lo espante —como el ladrido de un perro o el chasquido de un látigo—, al amanecer, un miembro de esa familia habrá muerto.
Una Advertencia Eterna
Aunque su presencia es una amenaza para todos, El Silbón tiene predilección por cierto tipo de presas: los borrachos, los mujeriegos y los fanfarrones. Le encanta cazar a los hombres que vagan solos por la noche, consumidos por el vicio. Se inclina sobre ellos, les sorbe el aliento a anís por la boca o el ombligo, y los deja secos, pálidos como la sal.
Es por eso que su leyenda perdura como una fábula con moraleja. Es un cuento para asustar, sí, pero también una advertencia contra la soberbia y los excesos. El joven que vuelve a casa de madrugada, canoso por el miedo y jurando no volver a beber, se convierte en el nuevo portador del relato. Es la prueba viviente de que hay cuentos que es mejor creer, sobre todo cuando el viento de la sabana trae consigo un silbido que juega con la distancia y el miedo.


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