Sin Banderas ni Muros: La Última Conversación

 

¿Qué queda cuando se desvanecen las fronteras, los uniformes y las ideologías que nos definen en vida? Nuestro nuevo relato de ficción nos sitúa en un espacio más allá del tiempo para explorar esta pregunta. En un lugar descrito como un gris infinito y silencioso , dos hombres que fueron enemigos mortales comparten un banco que parece no tener principio ni fin.

 

Las Justificaciones Terrenales

 

La conversación comienza con una disculpa. Itai, quien en vida fue un soldado, rompe el silencio para decir «Lo siento». Su mirada se posa en sus manos vacías. Al otro lado, Khalil, sin siquiera girarse, pregunta con una voz cargada de un cansancio que parece pesar más que la propia eternidad: «¿Por cuál de todas las veces lo sientes?».

Itai intenta explicar sus motivos. Creía que luchaba por su hogar, por su gente y por un dios que les había prometido una tierra. Le habían enseñado que el otro era el enemigo. La respuesta de Khalil, sin embargo, contrapone esa abstracción con una realidad profundamente personal. Su hogar olía al pan de su madre, su gente era su hija riendo bajo el sol, y su dios le prometió un cielo, no un trozo de tierra.

 

La Verdad Desnuda: El Miedo

 

En ese limbo, Itai reconoce la futilidad de su conflicto terrenal. «Aquí no hay banderas», dice, «No hay muros. No hay promesas. Solo… lo que hicimos». Despojados de sus identidades impuestas, solo quedan sus almas y sus acciones.

Es entonces cuando Khalil se gira por primera vez, y en sus ojos no hay odio, sino una pregunta inmensa y sencilla: «¿Por qué?». La respuesta de Itai es la confesión que yace bajo innumerables conflictos humanos. Con las mejillas húmedas, mirando a los ojos del hombre al que mató, admite: «Porque tenía miedo. Teníamos tanto miedo. Y el miedo nos convirtió en monstruos».

 

Un Nuevo Comienzo para Aprender

 

En el momento en que la verdad es dicha y escuchada, el espacio gris comienza a transformarse. Una sensación, más que una voz, les anuncia que es la hora. Ya no se ven como israelí y palestino, sino como dos almas a punto de emprender un nuevo viaje.

No se les ofrece un juicio, sino una nueva lección. La entidad les dice que ahora entenderán. A uno le anuncia: «Tú nacerás junto al mar, bajo una estrella». Al otro: «Y tú nacerás tras un muro, bajo una luna creciente». El ciclo debe empezar de nuevo, con una orden final que resuena con la esperanza de la empatía: «Id y aprended».