La Leyenda de Aldhara: La Trágica Cacería de la Cierva Blanca
El folclore gallego es un vasto tapiz tejido con hilos de misterio, magia y, a menudo, una profunda melancolía. Sus historias, pasadas de generación en generación, hablan de un mundo donde la frontera entre lo natural y lo sobrenatural es difusa. Una de las leyendas más representativas y trágicas de esta tradición es la de Aldhara, un relato que explora la pérdida, el destino y un error fatal que resuena a través de los siglos.
Una Desaparición Inexplicable
La historia nos transporta a un antiguo castillo gallego, hogar del viejo noble Froyás y sus dos hijos: Egas y la joven y hermosa Aldhara. La vida de Aldhara parecía destinada a la felicidad, con un pretendiente de buena familia, Aras, y un futuro prometedor. Sin embargo, esa normalidad se quebró un día sin previo aviso. Aldhara no se presentó a la comida y, tras una breve búsqueda, un sirviente afirmó haberla visto caminar hacia el río que serpenteaba al pie de la montaña.
La familia y sus soldados peinaron la zona sin descanso. Se unieron a la búsqueda los hombres de Aras, pero todo fue en vano. Aldhara se había desvanecido, sin dejar huellas ni testigos de su paradero. Con el tiempo, la búsqueda cesó, pero la incertidumbre y el dolor se instalaron en el castillo para siempre.
El Eco del Silencio y un Encuentro Inesperado
Pasaron los años. La mayoría dio a Aldhara por muerta, quizás víctima del ataque de un animal o de algún otro infortunio del bosque. Aunque Froyás y Egas llevaban la pesada carga de su ausencia, la vida continuó y el recuerdo de la doncella se convirtió en una leyenda susurrada entre los muros de piedra.
Fue una mañana cualquiera cuando Egas, convertido ya en un diestro cazador, se adentró en la montaña persiguiendo una pieza. Tras abatir un urogallo, sus ojos se posaron en una visión casi irreal: en un claro cercano, una cierva de un blanco inmaculado pastaba ajena a su presencia. La criatura era tan hermosa y extraña que un impulso irrefrenable se apoderó de él. Temiendo que desapareciera para siempre, tensó su arco y disparó una flecha certera.
El Trofeo que Reveló el Horror
El animal cayó al instante. Egas, solo en la inmensidad del bosque, sabía que no podría transportar la pesada pieza por sí mismo. Para demostrar su increíble hazaña, decidió cortar una de las patas delanteras del animal y llevarla de vuelta al castillo como prueba, con la intención de volver más tarde con ayuda.
Llegó a la fortaleza exultante, ansioso por mostrarle a su padre el trofeo de aquella criatura casi mítica. Con orgullo, metió la mano en su saco de caza y extrajo la pata. Pero lo que sostuvo ante la luz no era la extremidad de un animal. Ante sus ojos y los de su padre, colgaba la mano pálida y delicada de una mujer de alta cuna. El horror se apoderó de la estancia cuando reconocieron, en uno de sus dedos, el anillo inconfundible que Aldhara siempre llevaba.
El grito de Froyás resonó en todo el castillo. Padre e hijo, con el alma rota, corrieron de vuelta al claro del bosque. Allí, donde la cierva blanca había caído, encontraron el cuerpo sin vida de Aldhara, con la flecha de Egas clavada en el pecho y una de sus manos brutalmente cercenada. El cazador, en su ciego afán, había asesinado a su propia hermana, perdida durante años en un encantamiento desconocido.


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