Manuel Blanco Romasanta: La Verdadera Historia del Hombre Lobo de Allariz

A mediados del siglo diecinueve, una España rural y anclada en la superstición se vio sacudida por un caso judicial que trascendió las fronteras del crimen para adentrarse en el terreno de la leyenda. Manuel Blanco Romasanta, un vendedor ambulante de apariencia inofensiva, se convirtió en el protagonista de una serie de asesinatos tan brutales que su única defensa posible parecía sacada de un cuento de terror. Esta es la historia del primer asesino en serie documentado de España y su espeluznante confesión.

El Vendedor Errante

Nacido en mil ochocientos nueve en Esgos, Ourense, Manuel Blanco Romasanta tuvo una vida aparentemente normal durante sus primeras décadas. Era una persona culta para la época, sabía leer y escribir, y se desenvolvía con una amabilidad que le permitía ganarse la vida como vendedor ambulante por los aislados caminos de Galicia. Su oficio le daba acceso a docenas de aldeas y a la confianza de sus gentes, una confianza que, con el tiempo, se convertiría en su arma más letal.

La Senda del Terror

A partir de la década de mil ochocientos cuarenta, comenzaron a producirse una serie de misteriosas desapariciones en la comarca de Allariz. Mujeres, a menudo acompañadas de sus hijos, desaparecían sin dejar rastro tras anunciar que partían en busca de una vida mejor, guiadas por el amable vendedor Romasanta, quien les prometía trabajo en otras ciudades. Nadie sospechaba de él hasta que las evidencias comenzaron a acumularse: ropas y pertenencias de los desaparecidos eran vendidas por Romasanta en otros mercados. Fue la venta de estos objetos lo que finalmente llevó a su detención en mil ochocientos cincuenta y dos.

La Confesión del Licántropo

Lo que podría haber sido un juicio por asesinato común se transformó en un fenómeno mediático cuando Romasanta confesó sus crímenes. Sin embargo, no se declaró culpable. En su lugar, narró con todo lujo de detalles que era víctima de una maldición. Según su testimonio, había nacido con ella y, al llegar a la adolescencia, comenzó a sufrir transformaciones incontrolables en un hombre lobo.

Declaró no actuar solo, sino formar parte de una manada junto a otros dos «lobos» llamados Antonio y Don Genaro. Juntos, según él, daban caza a viajeros en los bosques. El detalle más macabro de su confesión fue el destino final de los cuerpos: Romasanta admitió haber extraído la grasa humana de sus víctimas para fabricar jabones de alta calidad, que luego vendía en sus viajes.

Ciencia Contra Superstición

El caso causó un fervor sin precedentes. Romasanta fue condenado a muerte mediante garrote vil. Sin embargo, su defensa llegó a oídos de un hipnólogo francés, el profesor Joseph-Pierre Durand de Gros, quien envió una carta a la corte española. En ella, sugería que Romasanta no era un monstruo, sino un enfermo que padecía una «monomanía» conocida como licantropía clínica, un desorden mental que llevaba al afectado a creerse un lobo.

Esta hipótesis, a caballo entre la ciencia emergente y el misterio, fascinó a la alta sociedad y llegó hasta la reina Isabel Segunda. Intrigada por la posibilidad de que la ciencia pudiera explicar la leyenda, la reina intervino personalmente y conmutó la pena de muerte por cadena perpetua. El objetivo era que Romasanta fuera estudiado por médicos para desentrañar el misterio de su mente.

El Legado del Monstruo de Allariz

Manuel Blanco Romasanta fue trasladado a la prisión de Ceuta, donde pasó el resto de sus días. Murió en la cárcel años después, llevándose consigo la respuesta al enigma. Nunca se supo con certeza si era un psicópata calculador que utilizó el folclore gallego para intentar eludir la justicia, un hombre con un grave trastorno delirante o si, como afirmaba la leyenda, algo oscuro se escondía realmente en los bosques de Allariz. Su historia permanece como un perturbador recordatorio de la delgada línea que separa la realidad de la pesadilla.